Hoy es el último día del año y lo que toca es plantearse nuevas metas y propósitos para el año que entra. Le hemos estado dando vueltas y no hemos conseguido desear nada que no deseemos los 365 días de año, y mucho nos tememos que seguirá siendo así el resto de días que nos queden por vivir.
Por suerte, nuestro día a día se pasa deseando y trabajando para:
Conseguir que todos y todas se olviden del concepto de basura y vean en cada residuo que pase por sus manos lo que realmente es: Un recurso que ahorra recursos naturales, una materia prima que mueve una nueva industria con nuevos empleos.
Pasear por cualquier espacio natural o ciudad y no volver a ver ningún residuo abandonado.
Que el joven que se vaya de botellón, a la playa, al campo, o en la misma puerta de su casa recoja vasos, envases, bolsas y las lleve al contenedor más próximo.
Echarnos en la arena de la playa, hundir nuestras manos y al sacarlas ver resbalar por nuestras manos, arena y sólo arena. No colillas, no pipas, no servilletas, no chapas, no tapones, no tampones. Sólo arena, limpia y suave arena.
Ver ciudades llenas de bicicletas dónde los pocos coches que se vean estén muy llenos y/o sean de transporte público. Cómodos, limpios y gratuitos… o casi.
Multiplicar los pequeños comercios que te ofrezcan producto fresco, de temporada y cultivado a “la vuelta de la esquina”
Apoyar un sistema educativo dónde la educación ambiental sea protagonista y sus enseñanzas nos acompañen en todos los actos de nuestra vida.
Informar y comunicar para terminar con la economía lineal que no tiene horizonte posible hasta convertirla en un círculo perfecto que alargue las vidas de todos y de todo.
Resumiendo: Ser palanca y rueda (con premiso de Magdalena Sánchez Blesa) y disfrutar de cada atardecer con la satisfacción de haber sumado para un mundo dónde hombres y mujeres evolucionen desde el egoísmo al ecoismo.